PIE DE FOTO: Joven desistiendo despertar
por Guillem Reig
por Guillem Reig
La ciudad se antoja distante. El asfalto se hunde antes de que mis pies lo toquen y las paredes se mantienen a la distancia suficiente como para tenerme atrapado todo el tiempo.
Abajo.
Hace frío. El día sólo dura dos horas aquí abajo, en la calle. El resto del día se pone el sol. El aire es cada vez más denso, se está volviendo pared. En esta prisión hecha de poco aire y menos luz apenas puedo andar dos pasos sin verme reflejado en los rostros de la gente. Me duele.
Soy habitante de esta colmena arrepublicada –mentiría si dijera que no me arrepiento—y con mi cuerpo se construyen sus paredes. Como una fina película de cochambre que se acumula sobre la piel es mi pequeña celda, mentiría si dijera que es confortable. Me asfixia. ¿Cómo escapar de la cárcel cuando se habita en el muro?
Arriba.
Desde la terraza puedo ver el mar. Y las montañas, veladas por el aire corrupto. Y soñar que es primavera en algún lugar. El sol me regala su cálido baño de púrpuras y ocres, pero sólo puedo soñar. ¿Sabeis que? Los pájaros deben reirse de nosotros. ¡Cuántas golondrinas!
Una.
Dos.
Tres.
Cuatro.
Las horas pasan y nos expulsan con su ponzoña agitadora. Y nosotros, carroña, corremos sin saberlo hacia el veneno (tal vez si lo supiéramos, correríamos más).
- ¡Póngame un poco más, por favor! Gracias, hoy no me apetece sufrir. Deme ningún lugar para ir y estaré contento de no tener que llegar.
- Amén.
El tiempo... El tiempo sí que hace poesía con nuestras vidas y no esta mierda. Me avergüenza no estar a su altura. Quisiera mover las palabras como Él nos zarandea a nosotros, cobardes, siempre huyendo de la mano que nos agita. Y engarzar las letras para que suenen como las melodías que nos susurra al oído antes de morir. Quisiera tener sus rimas, su métrica y su compás de infinito por cuatro que suena a tango de los que acaban mal. Quisiera pero no puedo, éste es mi sino, callar por callar. Llorar por dentro hasta que se salga por fuera. Anónimo y moribundo, me desparramo por el asfalto y me diluyo entre la gente.
Dentro.
Hoy el cielo está nublado, como un mar de cemento, fluyendo espesamente sobre nosotros. Me despierto, abro los ojos y todo es hormigón. La luz es mortecina. El sol intenta abrasar con su calor el lodo gris que lo cubre, creyendo que es de papel. Pero sólo un tímido alarido profana la muralla viscosa y logra inundar todo con su tímido eco de luz. Hoy es un día triste, porque hasta la luz es mentira. Hoy es un día triste porque da igual mirar abajo que arriba, al fin y al cabo todo es gris, como el hollín de mis arterias.
Daltónico despertar. Me confundes. Me escondes el retozar colorado de las amapolas en los arcenes, la belleza del cielo, su pelo... Hoy la vida parece la foto de un periódico viejo.
Pie de foto: “Joven desistiendo despertar”
Guillem Reig.
Castelló de la Plana, 20-12-2003.
Abajo.
Hace frío. El día sólo dura dos horas aquí abajo, en la calle. El resto del día se pone el sol. El aire es cada vez más denso, se está volviendo pared. En esta prisión hecha de poco aire y menos luz apenas puedo andar dos pasos sin verme reflejado en los rostros de la gente. Me duele.
Soy habitante de esta colmena arrepublicada –mentiría si dijera que no me arrepiento—y con mi cuerpo se construyen sus paredes. Como una fina película de cochambre que se acumula sobre la piel es mi pequeña celda, mentiría si dijera que es confortable. Me asfixia. ¿Cómo escapar de la cárcel cuando se habita en el muro?
Arriba.
Desde la terraza puedo ver el mar. Y las montañas, veladas por el aire corrupto. Y soñar que es primavera en algún lugar. El sol me regala su cálido baño de púrpuras y ocres, pero sólo puedo soñar. ¿Sabeis que? Los pájaros deben reirse de nosotros. ¡Cuántas golondrinas!
Una.
Dos.
Tres.
Cuatro.
Las horas pasan y nos expulsan con su ponzoña agitadora. Y nosotros, carroña, corremos sin saberlo hacia el veneno (tal vez si lo supiéramos, correríamos más).
- ¡Póngame un poco más, por favor! Gracias, hoy no me apetece sufrir. Deme ningún lugar para ir y estaré contento de no tener que llegar.
- Amén.
El tiempo... El tiempo sí que hace poesía con nuestras vidas y no esta mierda. Me avergüenza no estar a su altura. Quisiera mover las palabras como Él nos zarandea a nosotros, cobardes, siempre huyendo de la mano que nos agita. Y engarzar las letras para que suenen como las melodías que nos susurra al oído antes de morir. Quisiera tener sus rimas, su métrica y su compás de infinito por cuatro que suena a tango de los que acaban mal. Quisiera pero no puedo, éste es mi sino, callar por callar. Llorar por dentro hasta que se salga por fuera. Anónimo y moribundo, me desparramo por el asfalto y me diluyo entre la gente.
Dentro.
Hoy el cielo está nublado, como un mar de cemento, fluyendo espesamente sobre nosotros. Me despierto, abro los ojos y todo es hormigón. La luz es mortecina. El sol intenta abrasar con su calor el lodo gris que lo cubre, creyendo que es de papel. Pero sólo un tímido alarido profana la muralla viscosa y logra inundar todo con su tímido eco de luz. Hoy es un día triste, porque hasta la luz es mentira. Hoy es un día triste porque da igual mirar abajo que arriba, al fin y al cabo todo es gris, como el hollín de mis arterias.
Daltónico despertar. Me confundes. Me escondes el retozar colorado de las amapolas en los arcenes, la belleza del cielo, su pelo... Hoy la vida parece la foto de un periódico viejo.
Pie de foto: “Joven desistiendo despertar”
Guillem Reig.
Castelló de la Plana, 20-12-2003.
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